devenires... ideas... vectores.
Ahora bien, en cada caso, la entrada al lugar de exposición y la posterior inserción de los dispositivos parásitos fue diametralmente opuesta. Por un lado, la oposición de entrada que ejercieron en Balmaceda fue nula. Bien por ellos. Se cumple con el supuesto cometido de la entrada liberada. O la posibilidad de que cualquier pelagatos –en este caso, yo- y se magnifice frente a la observación y comprensión de la art machina instaurada por los autores, derechamente, algunos de ellos, mis profesores y ayudantes de materia. De igual forma, el nivel de seguridad y atención sobre la exposición y el control de los espectadores por parte de los encargados del edificio, distaban de ser reales. Digamos que esto me facilitó las cosas. Digamos que eso era lo evidente, orqué se supone que la entrada es libreada, la introducción a la cultura es un derecho del hombre y blablabla, que los espacios públicos son públicos y que, en definitiva, una de las cuestiones medulares de la exposición –de toda exposición, claro está- es ser, precisamente apreciada, vista, olida, tragada por un público, por alguien, aunque fuese uno. Sin embrago todos sabemos que para efectos de una exposición de alguien perteneciente al mainstream las medidas de seguridad dispuestas, acusan un nivel de paranoia y psicosis panóptica que prohíbe incluso el mínimo –y ya ontológico- reflejo de tomar un fotografía, hacerse por sobre la valla de restricción o –Dios lo quisiera- tocar la delicada y divina esencia de aquellas maravillosas obras, sea para tener la sensación infinita de haber tocado algo mágico e inmortal, o para asumir algo de la médula del creador de tamaña magnificencia.
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